lunes, 5 de enero de 2009

La ciudad laberinto: Le Pont du Nord

Toda ciudad puede ser definida por su forma, por lo tanto, la ciudad como resultado de una voluntad de racionalización que se expresa en la cuadricula puede oponerse a la ciudad cuya planta deriva de un crecimiento más o menos espontáneo, no programado.[1] En el segundo caso lo imprevisible se contrapone a la voluntad de orden. La ciudad se transforma en laberinto: no es otro el Paris de Rivette en Le Pont du Nord.

En el film la ciudad laberíntica configura el marco espacial para el desarrollo de una historia llena de inseguridad y extravíos. Es el espacio mismo quien atrapa a los personajes. Si bien Kafka ya nos había introducido en esta topografía de la ciudad moderna aquí Rivette convierte a la pesadilla en juego. El enigma, el desafío guiarán a Marie y Baptiste por las calles de un Paris que se ha convertido en el tablero de un rompecabezas. Es en su trazado, en la configuración de su recorrido por la ciudad, que la simetría opositva planteada al principio se devela como mera apariencia. Y es que el sentido laberíntico u ordenador poco tiene que ver con la planta de la ciudad: es el vagabundeo o la búsqueda del personaje, su extravío o su conciencia de una meta lo que dan, a cualquier trazado, una función de laberinto o damero. Son las deambulaciones de Marie y Baptiste, su búsqueda por los distintos casilleros del mapa- tablero, la que convierte en laberinto la ciudad.

Desde el comienzo los travellings circulares que siguen a Baptiste en moto dan la idea de desorientación, de extravío. No hay un rumbo sino que este lo dicta el destino. La brújula se deja de lado para dejarse llevar por el vagabundeo. Tres veces se cruza con Marie y eso las une definitivamente. Baptiste tampoco tiene un destino, escapando de la cárcel sólo quiere reencontrarse con Julien, quien la introducirá en el juego fatal. Baptiste escudera de Marie le será fiel hasta el final. Juntas, como Ariadna, tomarán el hilo hasta llegar al dragón, luego vendrá la muerte.

A su vez, en su recorrido se va construyendo otra ciudad que se opone al Paris ya conocido, no como calco sino como un nuevo mapa.[2] Líneas fugas se van trazando para crear una nueva Mancha, donde ya no se lucha contra molinos sino contra dragones de acero. Lo maravilloso va llenando este nuevo laberinto. La realidad muestra sus límites y el espectador queda atrapado como Baptiste en el tejido de las arañas, como Marie al final del recorrido. Ella al igual Lönrot pudo prever el último crimen pero no impedirlo.[3]

El juego llega a su fin y una conciencia omnipresente se nos muestra como espectador del mismo, el registro cambia y eso nos da la impresión de alguien que mira. “Nos miran todo el tipo” repite varias veces Baptiste. Su obsesión por la mirada puede no ser vana, ha llegado al centro de la ciudad, al Pont du Nord, nuevo panóptico, desde el cual esta conciencia se revela y nos revela a nosotros espectadores la representación, el artificio.


[1] Campra, R., “La ciudad en el discurso literario”, SYC, número 5, Buenos Aires, mayo 1994.
[2] Deleuze, G y Guattari, F., Rizoma, México, la red de Jonás, 1978.
[3] Borges, J.L, “La muerte y la brújula” en Ficciones, Emecé, Buenos Aires, 1956.

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