Toda ciudad puede ser definida por su forma, por lo tanto, la ciudad como resultado de una voluntad de racionalización que se expresa en la cuadricula puede oponerse a la ciudad cuya planta deriva de un crecimiento más o menos espontáneo, no programado.[1] En el segundo caso lo imprevisible se contrapone a la voluntad de orden. La ciudad se transforma en laberinto: no es otro el Paris de Rivette en Le Pont du Nord.
En el film la ciudad laberíntica configura el marco espacial para el desarrollo de u


A su vez, en su recorrido se va construyendo otra ciudad que se opone al Paris ya conocido, no como calco sino como un nuevo mapa.[2] Líneas fugas se van trazando para crear una nueva Mancha, donde ya no se lucha contra molinos sino contra dragones de acero. Lo maravilloso va llenando este nuevo laberinto. La realidad muestra sus límites y el espectador queda atrapado como Baptiste en el tejido de las arañas, como Marie al final del recorrido. Ella al igual Lönrot pudo prever el último crimen pero no impedirlo.[3]

El juego llega a su fin y una conciencia omnipresente se nos muestra como espectador del mismo, el registro cambia y eso nos da la impresión de alguien que mira. “Nos miran todo el tipo” repite varias veces Baptiste. Su obsesión por la mirada puede no ser vana, ha llegado al centro de la ciudad, al Pont du Nord, nuevo panóptico, desde el cual esta conciencia se revela y nos revela a nosotros espectadores la representación, el artificio.
[1] Campra, R., “La ciudad en el discurso literario”, SYC, número 5, Buenos Aires, mayo 1994.
[2] Deleuze, G y Guattari, F., Rizoma, México, la red de Jonás, 1978.
[3] Borges, J.L, “La muerte y la brújula” en Ficciones, Emecé, Buenos Aires, 1956.
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