sábado, 22 de noviembre de 2008

Una puesta en la superficie: Martín Rejtman.

El llamado “nuevo cine argentino” se presenta como un cine moderno, cuyas películas ofrecen mundos que responden a la mirada única e irrepetible de su realizador.[1] El presente, muchas veces vacío y carente de sentido, característico de la modernidad pasa a reflejarse en la conformación de las escenas. Éstas dejan de ser un mero nexo para la narración y pasan a tener poder autónomo, generado por una sensación de aquí y ahora que las desliga del vinculo dramático sin dejar de formar parte del todo que conforma la película. De esto se trata el cine de Martín Rejtman. Un cine que se atreve a articular esta problemática desde la puesta en escena.

En sus películas es la sucesión de hechos triviales y fortuitos la que va guiando la acción. Tanto Rapado, Silvia Pietro como Los guantes mágicos siguen esta lógica. La causalidad de los hechos sólo puede entenderse en su inserción dentro de un todo que le de sentido. A Lucio le roban la moto y decide raparse, recién después sale a robar otra. Silvia Prieto decide cambiar su vida al cumplir veintisiete, aunque tal vez el gran cambio llegue al descubrir la existencia de alguien con su mismo nombre. Alejandro vende su único bien, el Renault 12, para entrar en el negocio de los guantes mágicos. Se trata de la vida de personajes en tránsito de una situación a otra. Sucesos que los hacen salir de un estado para entrar en otro, aunque sin provocarles grandes cambios. Se podría decir que en su recorrido los personajes permanecen neutrales, aceptando aquello que les sucede sin hacer nada al respecto. Siguen adelante, se van adaptando al cambio, y a su vez, hay un grupo de gente que los va adoptando. Alejandro inmediatamente es adoptado por Piraña y Susana, lo mismo sucede cuando conoce al hermano de Piraña. Ninguno de los dos se reconoce, probablemente ni siquiera hayan sido compañeros del colegio, pero eso no importa, la amistad se establece igual. Algo similar ocurre en Silvia Prieto en el vínculo que establece Brite con Marcelo, Gabriel y Marcelo con su compañero de escuela Mario, o Gabriel y Silvia. Se podría decir que en el mundo de Rejtman los personajes se conocen y ya son amigos.

Se trata de películas elípticas narrativamente. Por un lado, porque las escenas saltan de una a otra, azarosamente. Siempre hay algo sucediendo en el plano y todo se da muy de repente, mediante cambios bruscos que llegan a parecer naturales dentro de ese mundo ficcional. Por otro, porque es como si también hubiera una elipsis en la forma en cómo se establecen esas relaciones. Todo es muy concentrado e inmediato.

A su vez, los personajes son fácilmente encasillables dentro de la clase media porteña. Son personas que tienen pequeñas pasiones o intereses: un auto, una moto, tomar un whisky e ir a la disco. En general carecen de grandes ambiciones. Piraña le insiste a Alejandro que tiene que progresar, que tiene que pensar en el futuro. Sin embargo, él parece absorto en el presente, dejándose llevar por las circunstancias sin realmente hacer algo para que las cosas cambien. Hay una especie de estancamiento no sólo en Alejandro que, al fin y al cabo, sigue siendo remisero por mucho tiempo y luego chofer, sino también en Valeria que sigue con los charters, y el hermano de Piraña que no tiene más remedio que seguir actuando en películas porno. Los personajes de Rejtman no crecen, no avanzan. Mantienen estos pequeños trabajos como el de mesera, promotora o paseador de perros sin aspirar a más. Viven en el presente continuo de su accionar, cortando pollo en doce partes iguales, contando los cafés que sirven, encendiendo y apagando la alarma del auto una y otra vez. Aferrándose a pequeñas rutinas u otras formas de escapar a una realidad intrascendente: clases de yoga, caminatas, viajes a Brasil o una dosis elevada de pastillas.

Todos ellos bien podrían definirse como lo hace uno de los personajes literarios de Rejtman: “son como robots, no tienen sentimientos, ni metas en la vida, ni nada”. Cualidad que en sus films se refuerza en la forma de hablar que tienen: monótona y sin emoción, casi artificial. Ya sea la voz en off que guía el relato en Silvia Prieto o en Los guantes mágicos, como los diálogos que mantienen los personajes. Pareciera que todos hablaran de la misma forma, como si fueran distintas caras de un único personaje que se desdobla en mil pedazos.

Es de este modo como Rejtman trabaja la superficialidad de la puesta en escena. El tono neutro de los diálogos y la actuación. La ausencia de la psicología de los personajes, y en cambio, la proliferación de acciones nimias como comprar un canario que no cante. El humor típico de las comedias excéntricas, las conversaciones banales y fluidas dentro de situaciones totalmente triviales. Incluso los decorados pueden ser meras superficies. La discoteca en la que baila Silvia Prieto se reduce a una pared con luces de colores. Todo esta a la vista, no hay nada que se oculte. Las cosas siempre son llamadas por su nombre. Hay una voluntad de señalar todo el tiempo: carteles de restaurantes, hoteles, baños, taxis. El espacio así se señala y se fragmenta, como también se fragmenta el pollo y los cafés servidos.
Asimismo, la proliferación de nombres -y no sólo de Silvias Prietos- se corresponde con el señalamiento de una cantidad de objetos que van estableciendo relaciones con los personajes. Hay un trabajo, sobre todo en Silvia Prieto, sobre la referencialidad del lenguaje y el conflicto que surge a partir de la polisemia de los signos. Es decir, a veces un nombre puede hacer referencia a más de una cosa. Silvia Prieto se corresponde a más de una persona, Armani puede referirse tanto al saco como al italiano y Brite a una marca de jabón en polvo o a la ex mujer de Gabriel. De esta forma también puede cuestionarse la total arbitrariedad del signo y ver como puede ésta servir para singularizar un personaje. En este sentido, los personajes pueden ser estereotipados por este vínculo que establecen con las cosas, conformando su identidad a partir de su relación con ciertos objetos. Armani con el saco, Brite con la marca que promociona, pero podría extenderse a Alejandro con su Renault 12, Lucio con su moto, Gabriel con su lámpara de Botella (casualmente su apodo de la infancia), Silvia Prieto con una muñeca de porcelana igual a ella. Todos ellos, objetos que van pasando de mano en mano, según las relaciones que los personajes establecen entre sí.

Distintas son las maneras de representar el vacío característico de la vida moderna. Martín Rejtman lo logra mediante la conformación de un nuevo verosímil cargado de un humor particular, casi absurdo y al mismo tiempo con un dejo de tristeza y melancolía. En cada una de sus películas se recrea un mundo llano con reglas propias, azarosas, y en él se albergan estos personajes solitarios, con rutinas inexplicables, estableciendo relaciones difíciles de entender.

[1] VILLEGAS, Juan. “La revolución moderna”.

1 comentario:

Yvrido Films dijo...

Hace no mucho conocí (cinematográficamente) a Rejtman, y valla que me confirmó la posibilidad de un cine uniforme, coherente, sólido, y sobre todo “personal” pero a la vez representativo de un estilo de vida particular sin ser un arquetípico arrebato de nostalgia generacional torpe. La austera homogeneidad de los personajes, la honesta imposibilidad de un gran objetivo….de acuerdo o no con la visión de mundo; creo que esboza un estado de ánimo imposible de negar y/o enjuiciar por su pulcritud. Grande porque es coherente ante todo con lo que sea, o lo que nada, que plantee.

Saludos.... pocos textos tu blog, pero interesantemente articulados.